Una historia del territorio

Las aves de Braojos no son una foto fija, forman un paisaje alado cambiante, que se renueva con las estaciones, incluso con las horas del día, y que ha ido cambiando a lo largo del tiempo, con su historia. No cabe duda, por ejemplo, que desde la Edad Media, cuando Braojos se nombra por primera vez, la comunidad de aves habrá sufrido modificaciones relacionadas con las alteraciones humanas del paisaje, ligadas a los modos e intensidad de explotación de los recursos naturales, y también relacionadas con eventos climáticos periódicos, los cuales tienen una acción doble, directa sobre la fauna y flora e indirecta al influir de gran manera en las actividades humanas, como sucedió, por ejemplo, durante la llamada Pequeña Edad de Hielo (siglos XIV al XIX).

Al llegar el último tercio del siglo XX, en la sierra pobre, como en tantos sitios, al tiempo que triunfaba la sociedad de consumo se produjo el abandonó del campo, lo que permitió la recuperación de la naturaleza. Es cierto que ambas expresiones, “campo abandonado”, “recuperación de la naturaleza”, me resultan extrañas en este entorno rural, tal vez por corresponderse mis inicios de campeo tras las aves con aquellas soledades agrestes llenas de vida surgidas del despoblamiento rural, tal vez también por su similitud con esos términos de “campos o montes sucios” con los que se lamenta tanta gente, sin referirse sin embargo a contaminación alguna, la suciedad moderna.

La naturaleza es cambio, a menor o más largo plazo, a veces drástico, como puede ser si nuestra especie interviene. No podemos llegar a ver el trazo fino del paisaje alado de la antigüedad más reciente, ni por supuesto de la más remota. Las aves aparecieron en la Tierra hace más de 150 millones de años, evolucionando con un gran éxito entre los vertebrados, como revela el elevado número de especies conocidas. Por otro lado la sierra de Guadarrama alcanzó su morfología actual durante los dos últimos millones de años, es decir, coincidiendo con el Cuaternario, pero empezó a originarse unos 40 millones de años atrás.

En lo que respecta a los humanos, en España se conoce la presencia del género Homo desde hace casi un millón y medio de años - 1,3 - 1,4 millones de años en Orce (Granada) y en Andilla y Chelva (Valencia),  y 1,2 millones y 900.000 años en Atapuerca (Burgos), a sólo unos 150 km de Braojos -. En los comienzos de la prehistoria habrían convivido con faunas que nos recuerdan más a las africanas actuales: con hipopótamos, elefantes, mamuts, ciervos gigantes, grandes felinos….

Precisamente en el Cuaternario se produce una tendencia al enfriamiento del clima respecto al periodo anterior, pero no fue una tendencia sencilla y gradual. Durante todo este periodo la sierra ha sido un escenario sometido a grandes ciclos climáticos, sucediéndose periodos fríos y cálidos (glaciares e interglaciares), lo que supuso también grandes cambios en la flora y en la fauna. De hace menos de 100.000 años, en el valle del Lozoya habitado por los neandertales, se conocen fósiles de rinoceronte, hiena, león, leopardo, gamo, rebeco, caballo, uro, oso, lobo, lince, puercoespín, castor, marmota y pika (un pequeño lagomorfo presente en épocas frías, que pudo compartir el valle con conejos y liebres). El león de las cavernas, Panthera spelaea, debió ser un temible depredador para aquellos humanos ibéricos durante mucho tiempo, pero también les proporcionarían carroñas a las que acceder y por las que competirían con las hienas.

Tras la extinción de los neandertales hace unos 40.000 años las señales de presencia de nuestra especie en ambas mesetas que se conocen son escasas, como si la zona hubiera quedado despoblada, pero cada vez son más los yacimientos con evidencias humanas, algunos importantes y próximos a la sierra de Guadarrama, varios en el norte de Guadalajara y uno cerca de Ayllón, en Segovia, a los que se pueden sumar algunos de Patones, junto al Lozoya, y el Vellón, en Madrid. En todo caso, durante un tiempo su huella en el paisaje, la huella de aquellos grupos de Homo sapiens recolectores y cazadores, debió ser relativamente poco apreciable. Sin embargo, nuestra llegada y expansión quizás sí tuvo un fuerte impacto ya entonces, y puede que no sea casualidad que la desaparición, la extinción, de neandertales y de otras especies de grandes mamíferos coincida con ese acontecimiento.

Tras la Edad de Hielo, al final del último periodo glaciar, hace unos 12000 años, resultó una fauna similar a la que conocemos. Además de osos y ciervos por ejemplo, todavía encontramos cabras, rebecos, caballos salvajes, encebros, uros, linces y quizás podían existir castores en el Lozoya, al menos durante el neolítico, pues sobrevivieron en la Península hasta la época de los romanos.

También las aves, evidentemente, experimentaron extinciones en la sierra de Guadarrama, como pudo suceder con la perdiz nival o con el grévol, y en tiempos no muy lejanos podrían ser habituales los quebrantahuesos, las chovas piquigualdas y tal vez el vuelo de pigargos y grullas damiselas, por nombrar especies citadas en yacimientos de la región. En ciertos periodos, es de suponer que pájaros ahora habituales del norte fueran comunes en nuestra sierra, del mismo modo que no se verían por aquí aves más termófilas y poco forestales presentes en la actualidad.

 
 
Efectivamente, al aumentar las temperaturas se expandieron los bosques, todavía sometidos al impacto de grandes poblaciones de herbívoros silvestres que nos resultan difíciles de imaginar. Se siguen registrando modificaciones climáticas importantes, de menor entidad, de nuevo con periodos más fríos y otros más cálidos, que además de influir directamente en la evolución del paisaje también lo harán de forma indirecta, como ya comentamos, por ejemplo al facilitar o dificultar el crecimiento de nuestras poblaciones y modificar sus necesidades. Algunos eventos históricos de la humanidad se corresponden con tales variaciones climáticas. Así, el enfriamiento del denominado Dryas Reciente, que se produce al final de la última glaciación, coincide con el origen de la agricultura en el planeta, con el origen del Neolítico, que prospera durante el conocido como Máximo climático del Holoceno (6000 a.C. hasta 2500 a.C). En el interior peninsular el Neolítico no tarda en extenderse por ambas mesetas, al parecer hace unos 7000 años.

Nos habíamos apropiado de aquellas otras especies animales y vegetales que mejor garantizaban el acceso a recursos esenciales como carne, fuerza, leche, piel, semillas, frutas, fibras, aceites. Las domesticamos. Está claro que el modo de vida más sedentario y productivo, el nuevo modo de vida agrícola y ganadero, no era fácil en la sierra, pero el piedemonte no tarda en ser habitado (como muestran los yacimientos de la cueva de La Vaquera en Segovia y, algo más retirado, el de la cueva de Los Casares, en Guadalajara). Empezábamos a domesticar su paisaje. El inicio de la Edad de los Metales supone un grado más en la intensificación productiva. De ese momento, hace unos 4000 años, destaca el yacimiento de la cueva de los Enebralejos y su necrópolis, en Prádena (Segovia), a poco más de 10 kilómetros de Braojos en línea recta. También Pinilla del Valle, el valle del Lozoya, cuenta con un enterramiento de la Edad del Bronce, de hace 3500 años, y de ese mismo periodo son algunos hallazgos del yacimiento de Valdesotos (Guadalajara) cerca de la Sierra de Ayllón y Somosierra, y de yacimientos de Patones (Madrid). Hace 3000 años los análisis paleopalinológicos parecen sustentar una fuerte deforestación asociada a incendios en los pinares de Rascafría y el Puerto de la Morcuera. Los humanos y el fuego posiblemente fueron de la mano durante el Neolítico, tanto para favorecer los pastos como para obtener terrenos en los que cultivar.

En las zonas más bajas y orientales de la región madrileña la progresiva deforestación igualmente se intensificó en la Edad del Cobre y en adelante. El paisaje semiestepárico parece generalizarse en esas áreas de clima más seco. Eran consecuencia de la explotación de los rebaños, de ovinos principalmente, del desarrollo de la agricultura y del aumento de nuestro número. En el sur de Madrid se ha constatado la utilización del fuego como elemento deforestador hace algo más de 4000 años, lo que viene a reforzar la impresión de que la sierra era aclarada de esta manera para favorecer el pastoreo.

Hace 2000 años Estrabón, el historiador griego, afirmaba que “Iberia, en su mayor extensión, es poco habitable, pues casi toda se halla cubierta de montes, bosques y llanuras de suelo pobre y desigualmente regado”. Es de suponer que la sierra aún se encontrara cubierta de bosques antiguos (de pinos, robles, acebos, enebros, abedules, álamos, fresnos, olmos, avellanos, serbales, cerezos, mostajos, maillos, sabinas, tejos, hayas, encinas), sin embargo en el puerto de Morcuera se observa un retroceso del pinar en época romana -que continuó en la Edad Media- y en otras regiones, no alejadas, como hemos visto, ya se había extendido el paisaje agrícola y el de dehesa.

El territorio en la actualidad

 En el ámbito de Braojos no hay datos de la prehistoria, aunque se haya ido avanzando en su conocimiento en tierras vecinas, y tampoco de buena parte de los tiempos históricos, ni de la época de los llamados carpetanos, ni de los romanos o de los visigodos. No me hago una idea de cómo de “natural” o inalterado llegó este territorio a la época en la cual formaba parte de la frontera entre musulmanes y cristianos, la extensa Marca Media, hace unos 1000 años.

Los pueblos prerromanos pudieron tener un impacto considerable en el paisaje, pues es de imaginar que estas tierras, como consecuencia del aumento demográfico, podrían ser importantes en la economía ganadera de la zona. En tiempos de los romanos existía un importante mercado de ganado en la ciudad de Confloenta (Duratón, en Segovia, muy cerca de Sepúlveda) a sólo 20 kilómetros del puerto de Somosierra, el cual podría formar parte de una antigua vía trashumante que comunicaba ambas mesetas y que posteriormente se convirtió en la Cañada Real Segoviana (el origen de estas vías puede que se remonte bastante atrás, hasta la edad del bronce, y más atrás a los movimientos anuales de los grandes ungulados silvestres, uros y caballos, que eran seguidos por los primeros humanos). La trashumancia también era practicada en el periodo visigodo. Prádena (Segovia), de nuevo, al otro lado de la sierra, también cuenta con yacimientos de la época romana y visigoda y Buitrago podría tener su origen antes de la época romana (tal vez en un posible asentamiento que tomara la forma de un feudo, un posible primer señorío de Buitrago, que en lengua celta se denominaría vulturiaco).

Mientras perduró la Marca Media los continuos enfrentamientos llevaron al despoblamiento humano de la zona. Una ganadería trasterminante podría ser el único aprovechamiento posible, pues las campañas bélicas tenían lugar durante el buen tiempo, con lo cual las cosechas acababan siendo pasto de las llamas. Ese fuego, utilizado como táctica militar tanto por cristianos como por musulmanes, pudo arrasar muchos bosques, ya que uno de sus objetivos era evitar emboscadas.

Aquella frontera se retiró y se creó la Comunidad de Villa y Tierra de Buitrago. Se dio paso a un nuevo periodo histórico. A partir de ese momento todo iba a cambiar de manera mucho más rápida. Fue seguidamente cuando se inicia la historia escrita de estos parajes.

En un privilegio de repoblación de Alfonso VI, fechado en 1134 de la era hispánica (1096 del calendario actual), se lee: “De donde en cierta villa de Buitrago en estos montes y selvas, que se dicen Araboia poblé para que pasen los de Burgos y los de Castilla a Toledo, y los de Toledo a Castilla, porque por hallí estaba infestado de Ladrones, y hera muy aspera para el cultivo de las mieses…”. Algo más de dos siglos después, en el Libro de la Montería del Rey D. Alfoso XI (siglo XIV) se lee: “Cigoñuela, et la Dehesa de Bravojos es buen monte de oso en verano, et á veces en ivierno.”

Los ciervos escaseaban a finales del siglo XVI, entonces tal vez eran más abundantes los gamos. Estos, que habían desaparecido en la última glaciación, fueron repoblados en algún momento y es posible que no fueran demasiado comunes fuera de la dehesa El Bosque, la finca más preciada del marqués de Santillana en Buitrago (adquirida por este en 1458). Eran frecuentes las quejas por los daños que los gamos causaban en los cultivos y pastos de Mangirón, Gandullas y Buitrago, al salir de la finca citada. Los osos desaparecieron entre los siglos XVI y XVII, mucho antes lo hicieron uros y caballos, las enzebras resistirían algún tiempo más. De la gran fauna sólo pervivieron lobos, jabalís y corzos. Las aves, que se comían los frutos y cosechas, también eran consideradas enemigas.

“Para el sustento del ganado”, se lee en la leyenda del escudo concedido a la villa y a la comarca de Buitrago en 1096 por Alfonso VI (Imagen de la portada del libro “Buitrago y su tierra (algunas notas históricas)” de Matías Fernández García). 

La Comunidad de Villa y Tierra de Buitrago era una comunidad de pastos que pasó a régimen señorial en el siglo XIV, y era un gran coto de caza mayor reservado para aquellos señores de la guerra y sus herederos. Del año 1582, en las Ordenanzas de Caza y Pesca dictadas por Don Iñigo López de Mendoza se lee “… qualquiera persona de qualquier calidad y condiçión q’sea que matare çierbo o çierba, gamo o gama o corço o puerco en los montes e término e dehesas desta dha mi billa de Buitrago e su tierra e jurisdiçión cayga e incurra en pena de cinco mill maravedís por cada vez e pierda las balletas armas e instrumentos con que lo matare…”.  

Estas tierras estaban destinadas a sustentar los enormes rebaños de ovejas que, organizados entorno a La Mesta, eran un pilar básico de la economía imperial y causaron un rápido y gran deterioro de los bosques en los predios comunes, los cuales eran la mayor parte. El fuego era comúnmente empleado entonces para conseguir pastos, como lo fuera en épocas anteriores. En Navacerrada, en estudios palinológicos de depósitos naturales, se observa una caída del polen de pino hace unos 900 años que se relaciona con probables incendios antrópicos. 

En 1576 se dictan y aprueban unas Ordenanzas para la defensa de los montes del señorío de Buitrago. En la justificación de las mismas se lee “…dixeron ques bien que por la conserbaçión de los montes y ber quan destruida ba esta tierra talándose los montes ques la principal riqueza que se conserben, que se haga hordenança para que como está hasta aquí de marco, de aquí adelante se guarde lo nuebo aunque no llegue a marco…”. En 1583 las Ordenanzas de Villa y Tierra también contienen numerosa legislación en materia de conservación forestal. Sigue preocupando el deterioro de montes, bosques y arbolado, pero sobre todo a causa del daño que ello conlleva a la ganadería y, por tanto, a los grandes propietarios de ovino, el principal de los cuales es el duque del Infantado, titular del señorío y autoridad competente a la hora de aprobar y confirmar las anteriores disposiciones. 

Vistas en perspectiva, su lectura es la de una llamada de atención sobre el daño que habían sufrido los bosques, probablemente un daño muy extendido ya entonces, no sólo en esta sierra sino en toda la Península.  

En una Instrucción dictada por el rey Felipe II en 1582 se lee: “Una cosa deseo ver acabada, y es lo que toca a la conservación de los montes y aumento de ellos, que es mucho menester y creo que andan muy al cabo. Temo que los que vinieran después de nosotros han de tener mucha queja de que se los dejemos consumidos, y plegue a Dios que no lo veamos en nuestros días.” 

En muy poco tiempo, en Braojos y alrededores, las “selvas”, con sus viejos árboles centenarios, habían sido sustituidas por grandes rebaños de ovejas, los pinos parecen desaparecer por completo rápidamente. 

En esa naturaleza todo tenía un uso, todo formaba parte de una cultura tradicional, se satisfacían necesidades inmediatas. El paisaje había sido domesticado. Habían aparecido dehesas y ejidos, tercios y quiñones, regueras y rodeos, fuentes y molinos. Para la mayoría de los vecinos sólo era posible una economía de subsistencia, en la que era vital una agricultura de montaña que entraba en conflicto y había que conjugar con el uso ganadero preponderante. Cierto que con el fin de que la producción fuera sostenible, por necesidad, aquellos usos seguían respetando o imitando, al menos en parte, los ciclos naturales (trashumancia y trasterminancia, majadeo, redileo, estercolado, rotación de cultivos, agricultura en bancales), también mostraban una gran diversificación para conseguir el máximo autoabastecimiento, pero el incremento de la intensidad de los aprovechamientos y el progresivo aumento de las superficies cultivadas en la comarca debido al crecimiento demográfico (en ocasiones llevados a cabo de forma fraudulenta mediante roturaciones y cerramientos de terrenos comunes que acababan privatizados), no dejará de pasar factura a la naturaleza. Es ilustrativa una demanda denegada por la Corona a Garganta de los Montes que pedía poder repartir entre los vecinos 400 fanegas de baldíos para sembrar centeno. Se argumenta que “la autorización de tales roturas tiene como consecuencia la pérdida de pastos para el ganado de la Tierra de Buitrago, acelerando indefectiblemente la ruina de los pueblos, porque como el terreno es de poca sustancia y se haya constituido por cerros y laderas, un año o dos suele producir moderados frutos y después con el corrido de las aguas queda descubierto en peña viva y por consiguiente inútil de labor y pastos.” (Montes públicos, territorio y evolución del paisaje en la Sierra Norte de Madrid. Ester Sáez Pombo). 

Braojos llegó a ser uno de los pueblos más ricos de esta tierra, siendo el segundo productor de ovino, detrás de Buitrago y pagando cuantiosas alcabalas: en 1626 se registra que Braojos pagó 116100 maravedís -conjuntamente con La Serna y el despoblado de Ventosilla- por 45500 mrs La Cabrera por ejemplo. El importe total de los gastos concejiles también era un indicador de su importancia. 

Pero todo tiene su final, el Imperio perdía esplendor, las guerras arruinaban España. La exportación de lana declina, en consecuencia la ganadería decae. Desaparecen la Mesta y los señoríos. Para afrontar las deudas y tratar de modernizar la producción agrícola (en los lugares de mayor vocación agraria, no en la sierra), se plantea la desamortización de las “manos muertas” incluyendo los baldíos y tierras concejiles, que eran mayoría en esta comarca. Finalmente, su ejecución, en lo que fue el mayor proceso privatizador de terrenos en la corta historia de Braojos, supuso un nuevo incremento de los aprovechamientos agrícolas y forestales.


Los agroecosistemas, que resultan del duro e incesante trabajo de los serranos, siguen siendo naturaleza, pero se había pagado un alto precio. Hacia el final de ese casi ni un suspiro de tiempo cósmico que viene a corresponderse con la historia escrita de los pobladores humanos de estas tierras, habían desaparecido sus “selvas” y la gran fauna competidora, los bosques supervivientes apenas eran tales, no eran más que extensas matas, convertidos en tallares, rebollares sobreexplotados, las laderas más pobres sufrieron una fuerte erosión, una pérdida de suelo que hacía muy difícil la recuperación de la vegetación original, señales de la situación nada alentadora en la que se encontraba aquella naturaleza sin embargo productora y proveedora.  
 

En el verano de 1862, el ingeniero de montes Máximo Laguna dejaba constancia del paisaje con el que se encontró: “…Dejando el hayal de Riofrío y siguiendo la Sierra por los enormes y ásperos riscos de la Buitrera –con nieve aún en julio-, el puerto del Cardoso, el cerro Cebollero y puertos de Somosierra, de la Acebeda y de Arcones, es preciso recorrer 40 kilómetros de tristes y desnudas pendientes por más que en la parte baja se hallen algunas dehesas de melojos, hasta llegar al primer monte de importancia, que es el pinar de Navafría,… “. “…En la falda meridional de la Sierra, correspondiente a la provincia de Madrid, empezando por el Puerto de Somosierra, no hallamos sino rasos, tierras labrantías o dehesas de los pueblos pobladas de melojos, hasta llegar al Paular, donde empieza el Pinar del mismo nombre.”

Aun así el maltratado y privatizado entorno era suficientemente silvestre. Se había logrado, en parte, una cierta armonía entre los usos y la naturaleza, entre la domesticación del paisaje (su transformación) y aquellas floras y faunas que entraron a formar parte de una valiosa cultura tradicional. Los cambios continuarían, son los que tenemos a la vista y que siguen en marcha, esos que hemos oído a las generaciones previas y de los que somos testigos.

Para disfrutar del amplio pinar de las zonas altas, en las cabeceras de los arroyos y regatos, hubo de hacerse en tiempos recientes un gran esfuerzo reforestador. Para el ovino aquello debió ser el golpe de gracia. Una ganadería que llegó a ser de algunas decenas de miles de cabezas en la tierra de Buitrago, se ha quedado en un aprovechamiento testimonial, sin dejar de tener su importancia. El ganado vacuno de carne ha experimentado un fuerte aumento y se ha convertido en preeminente (aquellos tiempos de mi niñez en los que las vacas “suizas”, de leche, acudían en orden cruzando las calles del pueblo hasta las vaquerías fueron efímeros). El aprovechamiento de las leñas se ha reducido al mínimo y la actual ordenación forestal de la dehesa boyal, y de otros rebollares, favorece la recuperación del robledal de melojos. Se extinguió prácticamente la agricultura. Me contaban los vecinos, cuando me veían con los prismáticos a cuestas, que ya no había tantos pájaros como antes en aquellos años de siembras y de trillos en las eras, también estas se extinguen, las eras, igual que las carboneras, no quedan linares ni mijares, más que en los nombres de los lugares, como una frágil memoria que se desvanece, a veces lentamente, a veces rápidamente. Los campos, los tercios, se vacían de cogujadas, terreras y alondras, y tal vez de otros pájaros propios de las tierras de labor que no he llegado a ver, y aún después en los pastos que ocuparon esos tercios las tierras se desnudan de mochuelos, collalbas y roqueros, evidencias, tal vez, del ocaso global de muchas especies. En el nuevo paisaje ganadero es tiempo de las aves de los arbustedos, de los bosques y de las arboledas, a las que llega el pico menor, por ejemplo, seguramente de retorno, y entre las que se recuperan no solo las pequeñas especies de pájaros forestales sino también las rapaces, que fueran tan perseguidas. Es tiempo del otro gran cambio, el climático, y a su paso, de forma sincronizada, se expanden el rabilargo, la curruca carrasqueña y la cabecinegra, el críalo, que amplían el sur, y a contrapaso lo hace el alcaudón dorsirrojo, solapando inesperadamente el norte con el nuevo sur. Son estos nombres algunos de los últimos en incorporarse a mi lista de aves residentes en los invisibles límites administrativos de este territorio llamado Braojos, los más recientes integrantes de un paisaje alado todavía suficientemente rico y que he querido dibujar o esbozar aquí, aunque sea con unas torpes pinceladas.

©Miguel Ángel Sánchez Martín 2020, año del SARS-CoV-2.

  

Algo de bibliografía:

- Fuentes para la historia de Buitrago y su tierra. Volumen I. Matías Fernández García. 1966.

- Buitrago y su tierra (algunas notas históricas). Matías Fernández García. 1980.

- Antiguas comunidades de regantes en Buitrago y su tierra. Matías Fernández García. Anales del Instituto de Estudios Madrileños. Tomo XIII. C.S.I.C. 1976.

- La economía del Antiguo Régimen. El Señorío de Buitrago. Grupo 73. Universidad Autónoma de Madrid. 1973.

- Memoria de reconocimiento de la Sierra de Guadarrama, bajo el punto de vista de la repoblación de sus montes. Máximo Laguna y Villanueva. 1864.

- La transformación del paisaje en la Sierra Pobre de Madrid. Influencia de la agricultura y ganadería en la extinción local de los pinares. Fernando Pardo y Luis Gil. Estudios Geográficos, Vol 58 Num 228 (1997)

- Cultura Tradicional en la comarca de Buitrago. Matilde Fernández Montes. Patronato Madrileño de Áreas de Montaña. 1990.

- Estudio etnobotánico y agroecológico de la Sierra Norte de Madrid. Laura Aceituno Mata. Tesis Doctoral. UAM. 2010.

- Aproximación a la regulación del espacio rural madrileño en el tránsito de la Edad Media a la Moderna. Irene Cerrillo Torquemada. Cuadernos de Historia del Derecho. 2009.

- Primeros agricultores y ganaderos en la Meseta Norte: el Neolítico de la Cueva de La Vaquera (Torreiglesias, Segovia). Mª Soledad Estremera Portela. Junta de Castilla y León. 2003.

- Neandertales y humanos modernos en Guadalajara. M Alcaraz Castaño, J Alcolea González, GC Weniger… Boletín de la Asociación de Amigos del Museo de Guadalajara 8: 13-44 (2018). Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

- Paisaje Holoceno de una gran urbe: la ciudad de Madrid. López Sáez, J. A.; Alba Sánchez, F.; Pérez Díaz, S. & Manzano Rodríguez, S. 2010

- El paisaje vegetal de la Comunidad de Madrid durante el Holoceno final. Madrid 1997. Coordinada por Pilar López.

- Historia de la vegetación y los paisajes de Toledo. José Antonio López Sáez, Sebastián Pérez Díaz, Enrique García Gómez, y Francisca Alba Sánchez, coords. Editorial Cuarto Centenario. 2019.

- Los mamíferos del Plioceno y Pleistoceno de la Península Ibérica. Martínez-Navarro, B.; Ros-Montoya, Sergio.; Espigares, M.; Madurell-Malapeira, J.; Palmqvist, P; Revista ph nº 94, junio 2018.

- La huella de los carboneros en la sierra norte de Madrid. Nuria Ferrer. 2017. Revista de Floklore nº 424 y 425.

- En ningún lugar…Caraca y la romanización de la Hispania interior. Diputación de Guadalajara. 2019.

- Montes públicos, territorio y evolución del paisaje en la Sierra Norte de Madrid. Ester Sáez Pombo. Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Madrid. 2000.

- Una aproximación al análisis comparativo de los paisajes forestales de la cordillera Cantábrica y el Sistema Central. Allende Alvarez, F.; Frochoso Sánchez, M.; Gómez Mediavilla, G.; González Pellejero, R.; Ería, 94 (2014), pp. 161-182


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